jueves, septiembre 28, 2006

INTRODUCCIÓN

Animada por yoputa, y otros blogs que empiezan a emerger sobre nuestras vidas, he decidido abrir mi propio blog para narrar mis experiencias como prostituta. Será difícil seleccionar lo que puedo contar y lo que no puedo contar. No quiero dar pistas sobre mí, no quiero que me localice la gente a la que quiero, y a la que intento proteger de mi propia realidad. Como podréis imaginar, mi familia no lo entendería, y aunque yo me considere una persona con la misma mezcla de felicidad e infelicidad, la misma proporción de paz y ansiedad con la que viven la vida las personas a las que identificaríamos como normales, yo no quiero darle lecciones a los míos sobre lo que debieran de entender como aceptable. Ampliar los límites de lo que entendemos como normal forma parte de la necesidad que tenemos para hacer habitable nuestro propio mundo, el que está en nuestro interior, y el que nos rodea de forma física e inmediata. Mis padres y mis hermanos se llevarían un gran disgusto conmigo si les digo que ejerzo la prostitución (que quizás no es lo mismo que ser puta, aunque la verdad, por lo que me conozco, yo no sólo ejerzo de puta sino que soy bastante puta), así pues, es preferible mantener el engaño a enfrentarles con sus propios prejuicios, y tratar de llevarles por la senda que yo he tenido que recorrer para poder ejercer mi profesión sin pagar el coste emocional que me imposibilite ser feliz. Dicho sea de paso, a mí no me preocupa la felicidad, y además no creo en la felicidad como meta última del ser humano. Si soy feliz, lo soy por casualidad. Me preocuparía mucho más el tedio, la esclavitud de una rutina o la falta de libertad.

Lo primero que me preguntan aquellos clientes que se empeñan en conocerme, y en que me sincere y me quite la máscara, es qué se siente, cómo se puede vencer el escrúpulo, como podemos llegar a vender nuestro cuerpo. Es mi alma la que trafica con mi cuerpo, pero mi alma no está expuesta a experiencias que la degraden en mayor medida en que lo están las vuestras. De todas formas no lo voy a negar, una puede conseguir la mayor distancia intelectal sobre sus actos y aún así, vender el cuerpo no deja de ser algo desagradable, hay que entrar en contacto con otros cuerpos, piel con piel, y las más veces, me encuentro pegada a cuerpos deformados por años de vicio, a sudores espesos y concentrados, y lo que es peor, a muecas grotescas, expresiones animales de placer, acompañadas de las peticiones repugnantes que algunos hacen en pleno estado de desinhibición, es ahí cuando una se convierte en testigo del reverso de una personalidad, de aquella cara que los hombres ocultan durante el día, cuando nos repudian, y muestran a la noche, cuando nos desean. Parece duro, pero si lo piensas, hay miles de profesiones, supuestamente dignas, que también obligan a uno a ser testigo de las miserias que los hombres ocultan bajo su ropa, bajo su piel, bajo su mirada. Un ginecólogo o un proctólogo (el médico que mira los culos), se pasa muchas más horas que yo dedicadas a tocar y examinar las partes más repugnantes de los cuerpos de los demás, culos de viejos llenos de almorranas, vaginas menopáusicas invadidas por hongos... Y luego están los psicólogos, que también han de ser testigos de los desvaríos que sus pacientes ocultan bajo una normalidad meticulosamente impostada, psicólogos y psiquiatras a quienes pagan bastante menos que a mí por estar 45 minutos poniendo su consulta y su atención como el vertedero donde la gente va a descargar el odio, el miedo, la obsesión y la pena que les invade en el momento en que están solos consigo mismos, en la cama, y ya no tienen que estar representando el papel de madre, jefe, hermano o mandado. En fin, que lo que digo es que nosotras entramos en contacto con la parte del ser humano que nadie enseña y nadie quiere ver, pero en menor medida y con menos intensidad y regularidad que otras profesiones respetables. Como en todo, hay grados de asco, y grados de compensación por el asco. Yo la verdad es que cobro bastante por mis servicios. Trabajo poco y no estoy expuesta a la miseria de mi vida laboral más que unas pocas horas a la semana. De momento, puedo decir que mi vida es sobrellevable.

Soy de esas que se podrían calificar como prostitutas de alto standing (o sea, de lujo relativo, aunque que las hay muchísimo más caras e inasequibles que yo, pues dentro de lo que cabe, soy de esas que se anuncian en un periódico), o escorts universitarias, con un piso individual donde recibimos. En realidad ya no soy universitaria... me quedaron tres asignaturas para acabar la carrera, pero la dejé hace unos años y no encuentro la voluntad ni el interés ya de terminarla. Eso sí, lo de universitaria lo sigo poniendo en mi otra web (aquella en la que me vendo), porque a los clientes les encanta ese punto de refinamiento que les presuponen a las chicas universitarias que se ganan un dinerito extra prostituyéndose de vez en cuando, pero que no son putas más que por vicio. Yo no creo que vuelva jamás a la universidad, en realidad no hay ningún lugar más embrutecedor y que más falsa sensación de cultura y de conocimiento pueda crear que una universidad española (me abstengo de opinar sobre otros sistemas educativos que apenas conozco). Eso sí, sigo leyendo, luchando contra el sedentarismo intelectual y persiguiendo metas culturales. Mi trabajo me da tiempo y respiro para dedicarme a la contemplación.

Os dejo que me voy a comer... seguiré más tarde. A ver si no abandono esto como hago con todo lo que empiezo a escribir. Siempre he querido terminar un libro o una historia, pero no hay nada que me aburra más que rescribir lo que escribo. Sólo me interesan escribir los comienzos e imaginarme lo demás. En cualquier caso, como ésta es la historia de mi vida, pues no sé el final, ni hacia dónde va. Sólo puedo contar el principio.